miércoles, 24 de octubre de 2007
OTOÑO
El otoño me trae una canción que suena
a viajes al centro
de mi nostalgia colorida
A esperanza vuelta a unir
A angustia por el viento desterrada
A tristeza caída
de las copas de los árboles
A mujer
tendida sobre una cama de hojas secas
al pie de una chimenea encendida
que me dice ven
jueves, 18 de octubre de 2007
TÚ Y LA LLUVIA
(Parecía que la lluvia había terminado, pero ayer cayó una vez más. Y en octubre...)
Traía pedazo de cielo prendido en el alma
Caía de lo alto como estrella ufana
Pensé que viajaba
Corría entre las nubes como ave en picada
Posaba en las hojas su húmeda galaxia
Soñé que emigraba
Zarpaba vibrante de monte a cascada
Dejaba en la tierra una herencia lozana
Creí que sembraba
Rodaba en tu cara una gota plateada
de esa limpia lluvia mientras te besaba
Sentí que volaba
Caía de lo alto como estrella ufana
Pensé que viajaba
Corría entre las nubes como ave en picada
Posaba en las hojas su húmeda galaxia
Soñé que emigraba
Zarpaba vibrante de monte a cascada
Dejaba en la tierra una herencia lozana
Creí que sembraba
Rodaba en tu cara una gota plateada
de esa limpia lluvia mientras te besaba
Sentí que volaba
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jueves, 11 de octubre de 2007
viernes, 5 de octubre de 2007
Acepto que me equivoqué al decirte que daban lo mismo tres horas vividas o pospuestas.
Obviamente te enojaste.
Es casi siempre un gesto tuyo el que me hace reflexionar sobre la validez o no de mis acciones. Es un brillo que pasa cual ráfaga alegre sobre tus pupilas; el endurecimiento de tus mandíbulas como de tiburón que no suelta a su presa; o una súbita exhalación de tu nariz perfecta.
Lo admito, reconozco, recuerdo: los segundos en ti, mujer, transitan bajo un tic tac anárquico.
Las mañanas se estacionan junto a húmedos barcos que demoran en zarpar.
El sol del cenit estalla sobre tus pezones.
Los ocasos se apresuran tras el lunar de tu hombro derecho.
Y en las noches el reloj se escurre como gota de rocío sobre tu espalda.
.
Obviamente te enojaste.
Es casi siempre un gesto tuyo el que me hace reflexionar sobre la validez o no de mis acciones. Es un brillo que pasa cual ráfaga alegre sobre tus pupilas; el endurecimiento de tus mandíbulas como de tiburón que no suelta a su presa; o una súbita exhalación de tu nariz perfecta.
Lo admito, reconozco, recuerdo: los segundos en ti, mujer, transitan bajo un tic tac anárquico.
Las mañanas se estacionan junto a húmedos barcos que demoran en zarpar.
El sol del cenit estalla sobre tus pezones.
Los ocasos se apresuran tras el lunar de tu hombro derecho.
Y en las noches el reloj se escurre como gota de rocío sobre tu espalda.
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lunes, 1 de octubre de 2007
EL ENANO
En un universo paralelo al nuestro, en un mundo olvidado, en un país extraño hay una torre construida con oro que no tiene ventanas. Pequeña, de apenas dos metros de altura. En lo alto de la torre vive un enano sordo que nunca en su vida ha conocido lo que existe más allá de sus gruesos y cóncavos muros. Sin embargo y, por extraño que parezca, el enano gobierna a aquel país. En su solitaria fantasía imagina que sus gobernados son felices; mientras a lo lejos, en las montañas de la comarca, la mayoría de los seres muere de hambre y otros se sumen en una profunda tristeza.
Pero hay un reducido grupo (igualmente de enanos sordos) que se arrastra hacia la torre y la rasguña ansiosamente, con sus uñas mugrosas, con los ojos desorbitados y babeantes las lenguas buscando, en su delirante deseo, que algún día el enano mayor caiga para ocupar su lugar.
Pero hay un reducido grupo (igualmente de enanos sordos) que se arrastra hacia la torre y la rasguña ansiosamente, con sus uñas mugrosas, con los ojos desorbitados y babeantes las lenguas buscando, en su delirante deseo, que algún día el enano mayor caiga para ocupar su lugar.
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